Ese día que te sentiste protagonista, que te sentiste el centro del mundo, que todo giraba a tu alrededor, que solo había ojos para ti, ese día, te confundiste de sentimiento, no eras tú, eran los demás, no es que tú fueras protagonista, no es que tú fueras el centro del mundo, es que los demás cedieron su protagonismo y descentraron su mundo para hacer el tuyo más ancho, de modo que el mérito no fue exclusivamente tuyo, fue un acto social, humanizador, en el que tú eras solo una parte más del proceso, una parte tan necesariamente secundaria como principalmente solidaria. El escenario social cuando eres pequeño es simple, hay un solo foco que hay que conquistar para brillar, oscureciendo a los demás (los competidores). Superar la adolescencia es entender que el foco es móvil y que haces mucho más abriendo el espacio del protagonismo a los demás que acaparando la luz infantilmente. Siendo adultos hay actividades y profesiones que se prestan a no superar la adolescencia, como las vinculadas a las artes y a algunos deportes. Algunos artistas (Dalí) y algunos deportistas (Cristiano Ronaldo) imponen el foco, obligan al resto a quitarse de en medio para ocupar ellos más espacio, más mundo, más realidad. Es una perversión del yo, que se dispara y pierde pie en la realidad sensata para instalarse en las nubes, en los cielos, en el olimpo frágil de la fama. Lo más chirriante es que este esquema se copie como modelo a un nivel cotidiano y que envenene las relaciones humanas. Que te creas Cristiano Ronaldo y obligues a tus amigos, a tus primos y a tus padres a ser tú el foco deslumbrante, el conquistador del espacio (que debiera ser) compartido, incluso jugando bien al fútbol, sobre todo si juegas excepcionalmente al fútbol, es un desastre educativo y emocional. Y la humildad no es esconder la excelencia, no, tampoco es convertir una consideración social (la valoración de los demás) en una característica individual (y propia), tampoco. Siendo incluso Dalí, su genio se lo debió a muchos porque alguien en algún momento le enseñó a coger un pincel y alguien, en algún momento, valoró lo que hacía y le animó a ser quien fue. Álguienes, muchos, le cedieron espacio y apuntaron con su luz a un mismo punto. El mérito fue suyo, el espacio para brillar, siempre nuestro. La humildad es entender entonces que eres parte, nunca un todo.
José Aurelio Martín, 16 marzo 2019
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